Ayer comenzó el proceso de santificación del Papa Juan Pablo II, quien con su impronta marcó la segunda mitad del Siglo Veinte y los primeros años del Veintiuno, dejando su transitoria vida terrenal para integrarse a la eterna celestial. Sin lugar a dudas fue un Papa diferente. Peregrino global, llevó su apostolado a los más remotos confines del mundo, siendo escuchado y respetado por creyentes y no creyentes. Carismático, comunicador natural, estableció vínculos de amor y de paz con todos los pueblos, influyendo profundamente en niños y jóvenes, adultos y ancianos de uno y otro sexo.
Le tocó vivir tiempos difíciles y gloriosos, marcados por el fascismo, la Segunda Guerra Mundial, el totalitarismo, la Guerra Fría y el desplome del campo socialista, gigante con pies de barro, utopía erigida a contrapelo de la historia, convertida en tragedia cotidiana para los muchos que la sufrieron y los pocos que aún la sufrimos.
Honesto y exigente consigo mismo y con la doctrina de su Iglesia, siempre habló claro, expresando sus sentimientos y lo que consideraba correcto en cada momento, sin amilanarse ante las opiniones adversas ni dejarse seducir por la aprobación. Polémico, incursionó en todas las esferas de la vida terrenal y espiritual, y su voz fue capaz de llegar a los más disímiles oídos. Papa ecuménico, tendió su mano a todas las tendencias dentro del cristianismo y aún a otras religiones, uniendo en las convergencias, buscando el engrandecimiento de los seres humanos en el amor y en la fraternidad y no en el odio y la violencia.
Desde su natal Polonia se proyectó al mundo y no se cansó de recorrerlo, aún y cuando sus fuerzas físicas decrecían. Igual que en muchos otros países, estuvo entre nosotros. En el luminoso enero del noventa y ocho escuchamos un discurso joven y distinto, diferente del viejo, obsoleto, repetitivo y aburrido de todos los días, enseñándonos a no tener miedo y a tomar en nuestras manos nuestro propio destino.
Sin lugar a dudas, a pesar de nuestra demasiado prolongada tragedia nacional, nos tocó en suerte vivir la época de un Papa trascendental, con el cual los cubanos aún estamos en deuda.
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